domingo, 5 de junio de 2011

El burgués y la dictadura

El senador Medina se levantó con el primer rayo del sol, bajó a la cocina sigilosamente, pues no quería que ni su esposa ni sus hijos se levantaran; le gustaba hacer sus cosas solo. Se sirvió un vaso de yogur y lo acompañó con un par de tostadas. Subió de nuevo a su recámara, se puso su terno, se dirigió a la biblioteca y de allí sacó un par de carpetas y su maletín de cuero. Luego abrió la puerta de la cochera, se subió a su camioneta y manejó directo a Palacio. Llegó a su despacho 10 minutos tarde, lo cual le disgustaba. Se sentó y comenzó a ordenar su escritorio, limpió el  portarretratos donde se hallaba una fotografía  de él y su esposa e hijos, sonriendo; como una familia perfecta, piensa. Sintió unos pasos y la puerta se abrió.
―Carlitos, Javier quiere verte, dice que es urgente.
―En seguida voy, Sabueso.
Era Fernando (el Sabueso) su gran amigo de la secundaria y ahora colega, él trabajaba en el área de recursos humanos. Desde que el(la) presidente había iniciado su mandato(hacía ya un año), estaba realmente ocupado y lo veía muy pocas veces.
Salió de su oficina con esos pensamientos, cuando de repente escuchó dos voces familiares discutiendo en el pasillo. Decidió acercarse cuidadosamente y espiar.
―Esos imbéciles nos la van a pagar―dijo Manrique―. Les va a costar muy caro esa conspiración.
―Creen que pueden atentar contra el régimen―dijo Lavalle―. Pero recuerda que el presidente nos pidió cautela, mucha cautela.
―Exacto, que parezca un accidente―dijo Manrique.
―Esos cholos de mierda jamás se darán cuenta―dijo Lavalle―. Ahora mismo le encargaré al Sabueso que les envíe una carta de disculpas y cuando menos lo piensen los mandamos fusilar.
―Tranquilo, tranquilo Lavalle―lo calmó Manrique―, lo último que queremos son escándalos. Hoy le pondré al tanto al senador y él nos brindará el apoyo necesario. Los simpatizantes del régimen debemos quedarnos como víctimas. Aun así, a lo mucho esos cholos se irán a la carceleta, porque si los fichamos de una vez, la prensa nos va a joder.
―Pero El Comercio va a estar contento de que metamos a esos rebeldes al hueco―afirmó Lavalle―, simplemente hay que pulsearlos y con un fajo de billetes caen esos desgraciados.
―De acuerdo, de acuerdo―dijo Manrique―. Pero no podemos actuar solos. El régimen debe mantenerse inmaculado. Ahora voy a estar en mi oficina, cuando veas al senador o a su secretaria pregúntale si puede recibirme en su despacho.
―De acuerdo―aceptó Lavalle.
Se estrecharon las manos y cada uno se fue a su respectiva oficina.                    Medina estaba indignado por lo que acababa de escuchar, le parecía increíble que la libertad de expresión vuelva a ser restringida. Su cabeza dio vueltas y se dio cuenta que el ochenio se repetiría y que las promesas se habían quedado estancadas en el olvido. Como siempre, piensa. Se dirigió al despacho de Javier, ensimismado, aún.
―Lo siento, senador―dijo su secretaria―, el señor Pérez está en una reunión muy importante y pidió que no lo molestara nadie.
―De acuerdo, en ese caso regresaré más tarde―dijo resignado Medina.
―No, espere―dijo la secretaria mientras revolvía unos papeles sobre su escritorio―. Me dejó esta carpeta para usted.
―Muchas gracias, hasta luego.
―Hasta luego senador.
Al llegar a su oficina se dio con la sorpresa que Pérez le informaba por medio de ese documento sobre un supuesto “ajuste de cuentas” para el cual necesitaba su apoyo incondicional. ¿Acaso todo el mundo sabía, menos él? Cansado y muy abatido decidió tomarse el resto del día libre. Recogió algunos documentos, los metió a su maletín y salió de su oficina, sin despedirse de su secretaria ni de sus “amigos”, sin modales; como si existieran aún los modales, piensa.
Te dirigiste al estacionamiento y ahí buscaste tu camioneta plateada, te subiste a ella y emprendiste tu viaje hacia tu casa, pensando en lo sucedido, dándole vueltas al asunto, tratándole de encontrar pies y cabeza. No lo podías creer, Medina; ¿En qué te habías metido? Siempre fue tan explícita la corrupción. Sabías que la libertad de expresión jamás se respetaría en un militarismo, Medina. Sabías que tus ideologías chocarían con la dictadura, pero tú tenías la extraña esperanza de que esta fuera una dictadura “justa”. Pobre imbécil, piensas. Tu hipocresía en los negocios, Medina. Tu oportunismo en la política. Eras un aristócrata más, uno más del montón. La escoria, piensas. ¿Qué harías, Medina? ¿Renunciarías al régimen? ¿Renunciarías a toda una vida de privilegios? Todo se lo debías al régimen. El Mercedes del año. El Newton College. El Regatas. La casa en Santa María. Tus acciones. Tu vara. Tu escoria. Tu yugo. ¿Serías capaz de renunciar a tus “derechos” como burgués?
Y fue ahí cuando encontraste la respuesta a tus dudas, a todas tus interrogantes, fue ahí cuando el bichito de la incertidumbre se hizo humo: un ómnibus se había atravesado en tu camino y estuviste a punto de chocar; de morir, piensas.
Final 1:
Toda tu vida pasó frente a tus ojos en un segundo y fue ese lapso de tiempo el que te tomó para decidirte al fin: seguirías con el régimen, seguirías pretendiendo compartir sus ideas, apoyarías las restricciones, callarías cuando sea necesario y defenderías al régimen con tu vida. Como un buen patriota, piensas. Como un buen burgués. Y mañana y todos los días alguna parte dentro de ti querrá sublevarse, pero no lo permitirías pues jamás romperías tu cadena. Jamás te desharías de la escoria, tu escoria.
Final 2:
Toda tu vida pasó frente a tus ojos y fue ese lapso de tiempo el que te hizo reflexionar y el que hizo que tu ética resurgiera de entre los escombros de la corrupción, para así poder  sentir nuevamente esa sed de justicia nacional por la cual luchaste siempre, en la cual te inspirabas para hacer marchas llenas de fervor patriótico, buscando tan sólo la equidad, la justicia y la fraternidad, buscando que la toma de la Bastilla no haya sido tan sólo un capricho francés. Llegarías mañana a Palacio y le comunicarías a Javier que renunciarías a tu cargo de diputado y le pedirías discreción. Retomarías tu carrera de ingeniero e iniciarías algún proyecto, quizás una constructora, aún tenías los contactos, Medina; la vara, piensas. Sabías muy bien que a partir de ese momento estarías renunciando a los privilegios anteriormente vividos, que a partir de ese momento te estarías deshaciendo, por fin, de la muy criticada y, siempre, sucia etiqueta de burgués; sabías muy bien que a partir de ese momento, quizás, tu familia te odiaría, pero ellos no podrían jamás entenderlo pues tu idiosincrasia siempre fue compleja, Medina; algo heterodoxa para algunos desdichados que le atribuían a la democracia el concepto de leyenda urbana, pero no para ti. Estabas convencido, Medina, que a partir de ese instante te ganarías el rencor de muchos que te darían por orate, pero nunca se enterarían que lo hiciste por tus ideas, como un guerrillero, piensas; por tu país y sobre todo por la muchedumbre que aún tenía la esperanza de que en el gabinete por lo menos uno tenía conciencia moral; por Cahuide, Medina.

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